Diego Portales
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Diego José Victor Portales Palazuelos (* Santiago, 15 de junio de 1793 - † Quillota, 6 de junio de 1837) fue un político chileno, comerciante y ministro de estado, una de las figuras fundamentales de la organización política de su país. Personaje controvertido, es visto por muchos como el Organizador de la República, y por otros como un dictador tiránico.
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[editar] Los primeros años
Nació en el seno de una adinerada familia colonial perteneciente a la aristocracia chilena. Hijo de José Santiago Portales y de María Encarnación Fernández de Palazuelos y Martínez de Aldunate, criándose en una familia de 23 hijos, de los cuales fue el segundo hermano.
Como Don José Santiago Portales y Larraín era el superintendente de la Real Casa de Moneda de Santiago, el pequeño Diego pasó sus primeros años acunado por el tintineo de sacos de dinero. El padre decidió ligar la suerte del hijo a la sólida institución que dirigía, destinándolo a servir de capellán de la ceca santiaguina. Pero el carácter del niño, más la falta de vocación e inquietudes morales e intelectuales, frustraron el proyecto paterno.
En 1808 a los 14 años había ingresado al Colegio Carolino durante la época de la independencia, pero el espíritu revolucionario no inflama en su alma, a diferencia de lo que le ocurrió al resto de su familia. La causa de la Independencia lo dejó completamente indiferente, pese, por ejemplo, al exilio de su propio padre al archipiélago de Robinson Crusoe. Ingresó al recién instaurado Instituto Nacional de Chile (1813) para estudiar leyes, pero abandonó sus estudios al cabo de un año, para trabajar en la fábrica de dinero de su padre.
Tomó algunas nociones de docimasia (arte de ensayar los minerales), recibiéndose de ensayador en (1817) en la Casa de Moneda, para poder ganar cierto sustento económico y así casarse con su prima Josefa Portales y Larraín, de la cual estaba profundamente enamorado.
Finalmente se casa con su prima, a la que llama “mi dulce Chepa” el 15 de agosto de 1819, teniendo con ella dos hijas, muertas a corta edad. Por entonces se inicia en el comercio, pero aún conservando su trabajo en la Casa de Moneda.
Se sintió destrozado cuando su esposa falleció en (1821), abandonó su trabajo y se dedicó únicamente a los negocios[1], trasladando el asiento de ellos al Perú, en sociedad con el comerciante José Manuel Cea. En adelante mantendrá relaciones instrumentales con el sexo femenino.
[editar] El comerciante y el estanco
La compañía que formó con Cea tuvo mucho éxito, y Portales la trasladó a Chile después de dos años con el propósito de expandir los horizontes de sus especulaciones, y logró, en efecto, que la casa de Portales, Cea y Compañía fuera hacia 1824 una de las más destacadas en el comercio chileno.
Para desembolsar los gastos del gobierno y de la expedición libertadora del Perú, Bernardo O'Higgins envió a Antonio José de Irisarri a Inglaterra para obtener fondos. Con esta misión, Irisarri firmaba el 26 de agosto de 1819 un contrato con la casa Hullet Hnos. y Cía. por el valor de un millón de libras.
Una vez caído O‘Higgins, para sus sucesores se transformó en un terrible dolor de cabeza el pago de esta deuda, tomando la determinación de restablecer el estanco del tabaco, incluyendo además en este monopolio el té, los licores extranjeros y otros artículos de menos importancia, con la gracia de quien poseyese el estanco debía contribuir a pagar la deuda.
El único que se presentó para hacerse cargo fue la Sociedad Portales, Cea y Cía., por lo que en agosto de 1824, durante la presidencia interina de Fernando Errázuriz, se celebró un contrato entre el Fisco y la Sociedad, en virtud del cual fue cedido a esta por el término de diez años el monopolio, comprometiéndose los concesionarios a pagar en Londres la cantidad de 355.250 pesos anuales por intereses y amortización del empréstito, y la cantidad de 5.000 pesos por año a la caja de descuentos de Santiago.
El negocio del estanco exijía que su consecionario trabara una fuerte confraternización con funcionarios políticos, judiciales y policiales. Para asegurar la integridad de las ganacias el estanquero era también encargado, en los hechos, de denunciar a los traficantes de las especies monopolizadas por él. Recién entonces, y motivado por estos rudos asuntos, Portales se interesó en la cosa pública. Se integró a la institución gremial de los grandes comerciantes, el Consulado.
El estanco fue un total fracaso, el contrabando anuló toda posibilidad de que rindiera frutos y ni siquiera se pudo pagar el primer dividendo del pago del empréstito[2]. Portales se ganó la enemistad de muchos, pero también empezó a hacerse de relaciones económicas y políticas cada vez más fuertes.
El Congreso Nacional, para revertir la situación, dictó una ley el 2 de octubre de 1826, dando el derecho del estanco al Fisco mediante la creación de una factoría general, y mandando a verificar en el término de tres meses un juicio de compromiso con la firma para liquidar el negocio.
Del resultado del juicio, del que Portales salió victorioso, daba al Estado en la obligación de pagar más de 87.000 pesos a Portales, Cea y Cía., por razón de administración, comisiones y pérdidas, saldo que la Sociedad decidió no cobrar al Gobierno.
Además, el estanco dejó otro resultado que afectaba la arena política; Portales, que se puso en campaña para defenderse de las acusaciones, y su círculo, fueron bautizados con el apodo de los Estanqueros, que además poseían un periódico, el "Hambriento", papel público sin periodo, sin literatura, impolítico, pero provechoso y chusco, como se autodefinía en sus páginas. Pero Portales no se dedicaba a escribir en este diario, lo que hacía era conspirar para terminar con el gobierno liberal, que según las ideas de Portales estaban llevando al país al desastre, por lo que sería uno de los impulsores de la guerra civil de 1829.
[editar] El ideal político
El ideal político de Portales es mejor presentado usando sus propias palabras, sacadas de una de las cartas que le envió a su amigo Cea[3]:
A mí las cosas políticas no me interesan, pero como buen ciudadano puedo opinar con toda libertad y aún censurar los actos del Gobierno. La Democracia, que tanto pregonan los ilusos, es un absurdo en los países como los americanos, llenos de vicios y donde los ciudadanos carecen de toda virtud, como es necesario para establecer una verdadera República. La Monarquía no es tampoco el ideal americano: salimos de una terrible para volver a otra y ¿qué ganamos? La República es el sistema que hay que adoptar; ¿pero sabe cómo yo la entiendo para estos países?. Un Gobierno fuerte, centralizador, cuyos hombres sean verdaderos modelos de virtud y patriotismo, y así enderezar a los ciudadanos por el camino del orden y de las virtudes. Cuando se hayan moralizado, venga el Gobierno completamente liberal, libre y lleno de ideales, donde tengan parte todos los ciudadanos. Esto es lo que yo pienso y todo hombre de mediano criterio pensará igual.
En su actuación política, se podrá ver que el gran valor de Portales es haber reinstaurado en Chile el principio de autoridad, que era lo natural en Chile, “el peso de la noche”[4] según sus palabras, pero olvidado por los últimos siete años desde la caída de O’Higgins. Su actuar fue muy personalista, avasallando incluso al presidente de la república, pero su meta de un “Gobierno fuerte, centralizador, cuyos hombres sean verdaderos modelos de virtud y patriotismo, y así enderezar a los ciudadanos por el camino del orden y de las virtudes” daría estabilidad y crecimiento a Chile, hasta los últimos lustros del siglo XIX, cuando una guerra civil terminaría con la autoridad del presidente e instauraría el pseudo-parlamentarismo. Este último experimento político, la panacea de todos los males, seria un total fracaso, reinstaurándose en 1925 la autoridad perdida de los mandatarios, aunque sujetos a la dictadura de la ley, y no a la dictadura legal, que fue el modelo empleado por el estadista.
Se ha querido ver también en Portales al fundador de la institucionalidad chilena, a pesar de haber manifestado que el presidente podía y debía transgredir la constitución y las leyes, si así lo ameritaba el bien del país: “con ley o sin ella, a la señora que llaman Constitución, hay que violarla cuando las circunstancias son extremas y qué importa que lo sea, cuando en un año la parvulita lo ha sido tantas por su perfecta inutilidad!”[5]
[editar] Ministro de Estado
En 1829 estalló la guerra civil entre grupos pipiolos y pelucones, apoyando el grupo de Portales a estos últimos, que estaban encabezados por el general José Joaquín Prieto, que se rebeló desde Concepción con sus tropas contra el gobierno.
Cuando todavía se estaba en guerra civil, el recién asumido presidente José Tomás Ovalle necesitaba un hombre para hacerse cargo del gobierno, responsabilidad que nadie quería aceptar, excepto Diego Portales, que juró el 6 de abril de 1830 su primer ministerio, en calidad de ministro de Interior, Relaciones Exteriores y de Guerra y Marina[6]. Once días después se libró la batalla de Lircay que dio el triunfo a la revolución.
Durante este primer ministerio que dura dieciséis meses, el ministro se dedica a sentar las bases del autoritarismo, empezando con la anulación de la oposición. José Antonio Rodríguez Aldea, uno de los aliados de Portales, luchaba en la revolución para traer de regresó a O’Higgins, en lo que estaba de acuerdo con Prieto. Pero Portales no deseaba la presencia del libertador, que de seguro provocaría otro conflicto interno, por lo que convenció a Prieto de la inutilidad de ese propósito, y de la necesidad de que el general se encumbrase a la presidencia de la república. Con ese obstáculo soslayado, estaba el del ejército vencido, que aun podía realizar acciones contra el gobierno. Su solución fue el descabezamiento del movimiento, con el exilio de todos los jefes que habían participado en la guerra del bando pipiolo. Como esto no le pareciese suficiente, y para vigilar estrechamente al ejército depurado, creó la guardia cívica, que tenía por misión velar que no se preparase ningún acto que pudiera entorpecer la acción del nuevo gobierno. Tuvo tal éxito, que los cívicos eran a su muerte más de 30.000 y el ejército de línea no llegaba a 3.000 hombres.
Entre las características más destacadas de Portales está su conocimiento de los hombres, poseyendo la rara cualidad de distinguir valores nuevos, y para saber domarlos. La máxima demostración de esa capacidad fue el nombramiento del joven comerciante Manuel Rengifo y Cárdenas en el Ministerio de Hacienda. Se ha dicho ya los problemas causados por el excesivo endeudamiento por parte del estado, a lo que se le sumaba el nulo crecimiento económico durante la independencia y los años de disputa del poder. Rengifo no venía a realizar milagros instantáneos para sanear el déficit, sino que lo hizo con medidas sumamente cautas, pero en extremo hábiles, entre las que se cuenta la reducción del ejército, el sometimiento a un régimen común a las oficinas, la regulación de los decretos de pago, la publicación de los balances de la tesorería, el combate al contrabando, etc.
Los efectos de saneamiento de la economía, sorprendentemente hasta para el propio Rengifo, fue inmediato y en extremo positivo, recuperando el nivel económico perdido por las guerras, a lo largo del gobierno de Prieto.
Portales devolvió a la Iglesia Católica todos los bienes eclesiásticos que perdieron durante los años de incertidumbre (1823-1829) por los gobiernos liberales, y se le restableció el diezmo. Pero esto lo hacía no porque fuera un gran creyente (“Es que usted, don Mariano (Egaña), cree en Dios, y yo creo en los curas”) sino que porque lo consideraba uno de los pilares fundamentales en que debía basarse el gobierno, pues la iglesia era la institución más vieja y sólida que había existido en Chile. Pero todo esto siempre con la condición de que la iglesia estuviese subordinada al gobierno, por medio del patronato.
Combatió la delincuencia y el bandolerismo creando policías, realizando batidas a los salteadores y una directa vigilancia a los jueces que encargados de castigar los delitos. Una de sus ideas, abolida años después de su muerte por ineficaz y por repugnar a intelectuales como Andrés Bello y Domingo Faustino Sarmiento, fue la de dar castigo a los delincuentes en celdas ambulantes enganchadas a yuntas de bueyes, para darles escarmiento público. Esta institución conocidad como "los carros", más la revigorización de la pena de azotes y la prohibición de las tabernas populares (chinganas), constituyeron un entronque republicano con la tradición colonial de someter con total mano dura a las clases populares.
La prohibición de las chinganas, por otro lado, da luces de las contradicciones de su carácter privado con su actuación pública, pues el ministro era un reputado juerguista, y asistente habitual de las chinganas.
[editar] Intervalo
Cuando consideró cumplida su labor de restablecer el orden, presentó la renuncia a su puesto en julio de 1830. Ovalle y Prieto lo evitaron, pero la volvió a presentar a mediados de 1831, abandonando ahora sí el gobierno[7].
Dejó Santiago y se instaló en Valparaíso, pero que haya dejado el gobierno no significa que no se preocupase por su marcha. Era consultado frecuentemente por los ministros, por los hombres influyentes y por el propio Presidente Prieto. Antonio Garfias era su mensajero en Santiago, con el encargo de escribirle a diario las noticias del gobierno, y el estadista lo mandaba a entrevistarse con varias personalidades, desde el presidente hacia abajo. Intervino, además, indirectamente cuando le pareció que se cometían errores o que el rumbo se extraviaba.
Por petición del presidente, aceptó permanecer de nombre como ministro de Guerra y Marina, permaneciendo en Valparaíso, pero la situación le incomodaba. Finalmente, el 7 de junio de 1832, para alivio suyo, el gobierno aceptó su renuncia después de varios rechazos.
En diciembre de 1832 aceptó el cargo de gobernador de Valparaíso, aunque por pocos meses, destacándose en la creación de una numerosa milicia cívica en la ciudad y sus famosas cárceles ambulantes para castigar a los delincuentes.
Durante su ausencia en el gobierno se redactó la constitución de 1833, utilizando los conceptos portaleanos de organización republicana, lo que consagró en la ley el autoritarismo presidencial, e instauró en la practica una dictadura legal, en donde el presidente era el gran elector, que designaba diputados, senadores, jueces, intendentes, etc. No hay que decir que Portales no se interesó en la redacción del texto, pues él era muy escéptico sobre la verdadera utilidad de ellas: “No me tomaré la pensión de observar el proyecto de reforma. Ud. sabe que ninguna obra de esta clase es absolutamente buena ni mala; pero ni la mejor ni ninguna servirá para nada cuando está descompuesto el resorte principal de la máquina”[8].
Rengifo, por el crédito que había ganado en su acción como ministro de hacienda, formó un grupo político propio, los philopolitas, que querían llevar al ministro al sillón presidencia y desaparecer la influenica de Portales. Se enfrentó dentro del ministerio a Joaquín Tocornal, que se desempeñaba en interior, y que deseaba la reelección del presidente Prieto y mantener la alianza con Portales.
Estas rivalidades alarmaron al presidente, que llevó a ambos a entregar su renuncia, llamó el 21 de septiembre de 1834 a Diego Portales para que enderezara la situación, designándolo ministro de Guerra y Marina. Se hicieron grandes esfuerzos por conservar a Rengifo, pero fue en vano, Tocornal lo reemplazó en Hacienda, quedando interior y relaciones exteriores en manos de Portales.
[editar] Regreso al gobierno
Durante su nuevo ministerio, Portales se volvió a preocupar de la Iglesia, trabajando para conseguir dos nuevos obispados en Coquimbo y La Serena, además de encumbrar el obispado de Santiago a arzobispado y la creación del ministerio de Culto e Instrucción Pública. Trabajó por mejorar la marina mercante y la escuadra, consiguiendo la autorización del congreso para mejorarla y ampliarla[9].
Con su regreso al gobierno, la lucha de los philopolitas se hizo vana, siendo reelegido Prieto por 143 votos, contra 11 de José Miguel Infante, 2 por José Manuel Borgoño y 1 por Diego Portales.
Portales, que deseaba la hegemonía de Chile en el Pacífico, vio con preocupación la creación de la confederación Perú-Boliviana, encumbrada bajo el mando de Andrés de Santa Cruz. La decisión del ministro de declarar la Guerra a la confederación tenía muchos enemigos, ni el mismo presidente estaba convencido de aquello. Para el ministro en cambio era razón de supervivencia de Chile, y cuando Ramón Freire, caudillo liberal exiliado, intentó realizar una expedición contra el gobierno, Portales vio la mano de Santa Cruz que deseaba destruirle su obra, y una justificación para desatar los acontecimientos.
Se envió a parte de la escuadra al mando de Victorino Garrido, el 13 de agosto de 1836, para capturar los seis buques con que constaba la escuadra peruana, en una acción destinada a que Santa Cruz declarase la guerra a Chile.
Pero el protector no quería la guerra, antes era necesario afianzar su creación política, aunque no sentiría remordimientos si el gobierno chileno se hubiese derrumbado con su ayuda subterránea. Por estos motivos, Santa Cruz aceptó todas las condiciones propuestas por Garrido, éstas consistían en que no se hostilizarían las naves y que si Freire y sus compañeros regresaban al Perú, se les juzgara como rebeldes.
Portales no quedó satisfecho, su objetivo era que el protector iniciase la guerra, por lo que ideó una nueva táctica enviando a Mariano Egaña con un paquete de peticiones a exigir a Santa Cruz, que significaría que Perú y Bolivia quedasen como estados separados.
Ante la natural negativa del protector, el congreso chileno declaró la guerra el 28 de septiembre, e invistió al ejecutivo con la totalidad de los poderes del estado.
Las facultades extraordinarias entregadas por el congreso las usó para castigar los delitos de traición y sedición al conocimiento de los tribunales ordinarios y someterlos al de un tribunal especial, el Consejo de Guerra Permanente con sede en la capital de cada provincia, compuesto por el juez de letras de ella y otros dos miembros designados por el Presidente de la República. Dijo el ministro: “La necesidad que hay de remover las causas que favorecen la impunidad de los delitos políticos, los más perniciosos para las sociedades y que consisten en los trámites lentos y viciosos a que tienen que ceñirse los tribunales ordinarios”[10].
Dos meses después de la instauraron de los tribunales sucedió algo que conmovió a la sociedad. En Curicó fueron condenados a muerte por conspiración y ejecutados, el 7 de abril, tres conocidos vecinos de la ciudad. Portales había tenido noticia del proceso porque antes de dictarse sentencia el intendente Antonio José de Irisarri se había anticipado a pedir al gobierno el indulto de uno de los acusados para el caso de que fuera condenado a muerte. A lo que Portales respondió con una rotunda negativa fundada en el estricto respeto a la legalidad de las actuaciones del gobierno: “Este modo de proceder inusitado e informal sería muy poco honroso a un gobierno que desea conservar una escrupulosa regularidad en todos sus actos”[11].
Otra frase famosa de su falta de indulgencia quedo gravada para la posteridad: “Si mi padre conspirara, a mi padre fusilaría”.
[editar] El asesinato
El ambiente alrededor del ministro se enrareció, sus medidas extremas le granjearon la animadversión de muchos de los soldados, que no entendían las razones de la guerra y creían que era sólo para depurar al ejército de los liberales que aún había en él.
En el mismo mes de los fusilamientos se había acantonado en Quillota el batallón Maipú, al mando del coronel José Antonio Vidaurre. Portales había confiado en las capacidades de este militar y le entregó toda su confianza, pero desafortunadamente para él, Vidaurre no era un precisamente un modelo de lealtad. Entró en contacto con los conspiradores contra el gobierno, decidiéndose a dar un golpe en Valparaíso, apoderarse de la escuadra, y si no se le plegase el resto del ejército, huir con las naves al Perú.
Vidaurre decidió colocarle una trampa al ministro, ante el temor de que hubiera descubierto su conspiración. Si fracasaba en su plan sabía que el único en el país que se atrevería a fusilar a un coronel era Portales. El día 27 de mayo escribe el ministro a Tocornal: “Me llaman a Quillota".
El 2 de junio llegaba el ministro al lugar, yendo a saludarlo de inmediato el coronel Vidaurre. Al día siguiente empezó a pasar una revista general. El coronel mandó en ese momento a que parte de su regimiento (que no estaba siendo revisado), se dirigiese al flanco izquierdo, formando un cuadro en el que encerraron a Portales y su comitiva. El capitán Narciso Carvallo le dijo con gran arrogancia: “Dése usted preso, señor ministro, pues así conviene a los intereses de la república”.
Portales y su acompañante Necochea fueron encerrados en el calabozo, exclamando con tristeza el primero: "¡desgraciado país! Hoy se ha perdido cuanto se ha trabajado por su mejoramiento". El día 4 de junio firmaron los conspiradores una acta, en la que decidían “suspender por ahora la campaña al Perú, a la que elementos ciegos de la voluntad un hombre, que no ha consultado otros intereses que los que halagan sus fines particulares y su ambición sin límites”.
La noticia del motín llegó a la capital el mismo día que se firmaba el acta, despachando de inmediato el gobierno a los cívicos y soldados, mientras en Valparaíso Manuel Blanco Encalada preparaba la defensa de esa ciudad.
Alarmado porque la revolución no se propagaba, intentó como último recurso obligar a Portales a escribir una carta a Blanco Encalada para que rindiera la plaza. “Si no la escribe, se le darán cuatro tiros. Tiempo que debíamos haberlo fusilado”, a lo que contesto el ministro: “En nada estimo mi nada mi vida, sólo he anhelado el bien del país. He sacrificado mi fortuna y mi reposo en aras de la nación. Como hombre, he podido equivocarme; pero nunca he hecho nada que pueda perjudicarlo o denigrarlo". En vista de las pocas opciones que tenía, aceptó escribir, pidiendo la capitulación de la plaza, pero con una salvedad: “me han asegurado todos que este movimiento tiene ramificaciones en provincias... No haya guerra intestina, capitúlese, sacando ventajas para la patria...”[12].
Blanco rechazó terminantemente la petición de la carta. El día 5, cuando Vidaurre les leyó la respuesta de Blanco a sus compañeros, se decidió la suerte de Portales, ya que su vida ya no era de utilidad.
El Maipú se dirigió a las posiciones del Barón, el día 6. En medio de la batalla que se desarrollaba con las fuerzas leales, un oficial llegó hasta el coronel Florín y le habló en voz baja. Seguidamente el coronel reunió a un grupo de 8 soldados e hizo detener el carro en que llevaban al ministro que se encontraba preso junto a su amigo Necochea, diciéndole éste: “Don Diego, nos fusilan...”
Florín esperó al mensajero de Vidaurre, que debía traer la confirmación del destino de Portales. Cuando esta llegó, se dirigió al carruaje y dijo: “Que baje el ministro”[13]. Ordenó hacer fuego contra el ministro, pero los soldados dudaron y no se atrevían a hacer el primer disparo. Por fin se decidió un soldado y le colocó el fusil frente a la mejilla izquierda. Portales hizo el ademán de desviar o coger el fusil; el soldado disparó arrancando el dedo pulgar y atravesando la mandíbula del ministro. Un segundo balazo le fue disparado por la espalda, cuando Florín ordenó rematarlo a bayetonzazos. Eran la tres y media de la madrugada del día 6 de junio de 1837[14], el ministro Diego Portales acababa de sucumbir.
Soldados del Regimiento Valdivia encontrarían sus restos, los que fueron trasladados a Santiago y enterrados en la Catedral.
Pero su obra sobrevivió al hombre, siendo derrotados los sublevados y conduciéndose triunfante la guerra contra la Confederación. Dejó consolidado el principio de autoridad en Chile, aunque no la institucionalidad (que llegaría con Bulnes, Montt y consolidada por los gobiernos liberales), y asentó las bases para el crecimiento de Chile durante el siglo XIX, llegando a ser una de las primeras naciones de Sudamérica.
En la actualidad existe además una Universidad nombrada en su honor.
Predecesor: Juan Francisco Meneses |
Ministro del Interior y Relaciones Exteriores 1830-1831 |
Sucesor: Ramón Errázuriz |
Predecesor: José María Benavente |
Ministro de Guerra y Marina 1830-1832 |
Sucesor: Ramón de la Cavareda Trucios |
Predecesor: Fernando Errázuriz Aldunate |
Vicepresidente de Chile 1831-1833 |
Sucesor: Cargo abolido por la Constitución de 1833 |
Predecesor: José Matías López Orrego |
Comandante General de Marina 1833-1834 |
Sucesor: Ramón de la Cavareda Trucios |
Predecesor: Joaquín Tocornal |
Ministro del Interior y Relaciones Exteriores 1835-1837 |
Sucesor: Joaquín Tocornal |
Predecesor: Ramón de la Cavareda Trucios |
Ministro de Guerra y Marina 1835-1837 |
Sucesor: Ramón de la Cavareda Trucios |
Predecesor: Creación del cargo |
Ministro de Justicia, Culto e Instrucción Publica 1837 |
Sucesor: Mariano Egaña |
[editar] Bibliografía
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[editar] Notas
- ^ Carta de Diego Portales a su Padre
- ^ Historia General, Tomo XV. Pags 69-79
- ^ Carta de Diego Portales a José M. Cea
- ^ Carta de Diego Portales a Joaquín Tocornal
- ^ Carta de Diego Portales a Antonio Garfias
- ^ Historia General, Tomo XV. Pags 542-561
- ^ Villalobos, Pags. 126-130
- ^ Carta de Diego Portales a Antonio Garfias
- ^ Villalobos, Pags. 165-172
- ^ Decreto del 2 de febrero de 1837
- ^ En Bravo Lira, pag. 272, citando a José Miguel Yrarrázaval "Portales, Tirano y Dictador".
- ^ Última carta de Diego Portales, a Manuel Blanco Encalada y Ramón Cavareda
- ^ Necochea, pag. 18
- ^ Villalobos, pag. 206
[editar] Enlaces externos
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