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Leyendas de la Ciudad de México - Wikipedia, la enciclopedia libre

Leyendas de la Ciudad de México

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Tabla de contenidos

[editar] Leyendas antiguas

[editar] La Llorona

Ésta es la más famosa leyenda mexicana. Es tan trascendental para los mexicanos, que algunos descendientes de inmigrantes que viven en Estados Unidos y Canadá, aseguran haber visto a La Llorona en la ribera de los ríos.

Existen varias versiones de la misma leyenda, pero la más popular relata que, a mediados del siglo XVI, los habitantes de la ciudad de México acostumbraban a refugiarse en sus hogares a la hora del toque de queda. Especialmente, los sobrevivientes de la antigua Tenochtitlan, cerraban puertas y ventanas, y todas las noches algunos despertaron por los llantos de una mujer que andaba en las calles (de allí su nombre de La Llorona). Este suceso se repitió por mucho tiempo.

Quienes se cercioraron de la causa del llanto durante las noches de luna llena, dijeron que la iluminación les permitió ver que las calles se llenaban de una neblina espesa a ras del suelo y también a alguien parecido a una mujer, vestida de blanco con un velo en su rostro recorriendo con pasos lentos cualquier dirección de la ciudad, pero siempre se detenía en la Plaza Mayor para arrodillarse y volver su rostro al oriente y luego se levantaba para continuar su recorrido. Al llegar a la ribera del lago de Texcoco, desparecía. Pocos hombres se arriesgaron a acercarse a la manifestación fantasmal y supieron espantosas revelaciones o se murieron.

De las otras versiones se sabe que:

1. La versión original de la leyenda es de origen mexica y narra que esa misteriosa mujer era la diosa Cihuacóatl, vestida con ropas de cortesana precolombina y que cercano el tiempo de la Conquista de México gritaba"¡Oh, hijos míos!, ¿dónde os llevaré para que no os acabéis de perder?" para augurar eventos terribles.
2. Una versión indica que La Llorona es el alma de la Malinche, penando por traicionar a los mexicanos durante la Conquista de México.
3. Otra versión relata la tragedia de una mujer ostentosa y codiciosa que al enviudar perdió su riqueza y por no soportar la miseria ahogó a sus hijos y se murió, pero regresó del más allá para penar por sus crímenes.
4. Otra versión relata que era una joven enamorada que había muerto un día antes de casarse y traía al novio la corona de rosas que nunca llegó a ceñirse.
5. Otra versión relata que era una esposa muerta en ausencia del marido a quien venía a darle el beso de despedida.
6. Otra versión que esa mujer fue asesinada por su marido y aparecía para lamentar muerte y confesar su inocencia.

[editar] La Calle de Don Juan Manuel

Leyenda de la época colonial de un asesino en serie llamado Don Juan Manuel, quien motivado por celos absurdos y obedeciendo consejos del Diablo acostumbró a matar, sin que nadie lo descubriera, al primer peatón que viera pasar por la calle de su hogar a las once de la noche en punto, con la esperanza de asesinar al supuesto amante de su esposa.

Sin embargo, un día asesinó a un sobrino que quería mucho por no identificarle antes de atacarlo, muy triste y con remordimientos, acudió a un convento franciscano para confesarse con un sacerdote, quien le impuso de penitencia rezar un rosario diario a los pies de la horca de la localidad a las once de la noche en punto durante 3 noches consecutivas.

Don Juan Manuel, apenas pudo rezar uno que no completó en dos noches por escuchar y ver hechos sobrenaturales que auguraban su muerte y lo enmudecieron de terror. El sacerdote le pidió que al menos completara ese rosario en la tercera noche para absolverlo de sus pecados.

Estando otra vez a los pies de la horca a la misma hora de la tercera noche, nadie sabe lo que sucedió, pero a la mañana siguiente el cadáver de Don Juan Manuel apareció ahorcado. Se rumoró que lo hicieron los ángeles, pero también que lo hizo el Diablo. Aunque según otro rumor, no murió sino ingresó a la orden franciscana. Sin embargo, después de los asesinatos la gente temía andar por la calle de su casa a las once de la noche.

[editar] El callejón del muerto

En el año 1600 el español Tristán de Alzúcer, se estableció en la ciudad de México, para abrir una abarrotería. El arzobispo de México Don Fray García de Santa María Mendoza solía frecuentarlo para conversar, ya que ambos eran originarios de la misma localidad.

Su abarrotería prosperó y Tristán de Alzucer decidió ampliar la variedad de mercancías ofrecidas en la tienda, por lo que envió a su hijo a buscar mercaderías a la ciudad de Veracruz y a las costas del sureste. Lejos de su padre, el hijo contrajo una enfermedad mortal cuya gravedad le impedía regresar a la ciudad de México. Don Tristán de Alzúcer le rogó a la Virgen por el retorno de su hijo vivo y le prometió que caminaría hasta el santuario del cerrito en agradecimiento. Unas semanas después su hijo regresó débil y convaleciente. Con el paso del tiempo, Don Tristán olvidó su promesa realizada a la virgen por dedicarse a su próspero negocio, pero sentía remordimientos cuando se acordaba de no cumplirla.

Un día visitó a su amigo el arzobispo para comentarle sobre su remordimiento por no cumplir la promesa, aunque siempre agradecía a la Virgen en sus rezos. El arzobispo le afirmó que con un rezo bastaba, lo eximió de su promesa y Don Tristán -aliviado- la olvidó.

Cierto día por la mañana, el arzobispo se encontraba caminando por la calle de La Misericordia cuando se topó con Don Tristán quien estaba famélico, vestido con un sudario blanco, portaba una vela encendida y le respondió con voz tenebrosa que estaba cumpliendo la promesa. Extrañado, esa misma noche fue a su casa para pedirle una explicación y encontró su cadáver velado por su hijo, el cual estaba con el mismo aspecto, vestuario y vela que el había visto esa mañana. El hijo le comentó que su padre había muerto al amanecer y fue obligado a cumplir la promesa. Y el arzobispo dedujo que se topó con el espíritu de su amigo, quien se manifestó para cumplir la promesa y sintió remordimientos por eximirlo.

Después de varios años el alma de Don Tristán siguió deambulando por la calle de La Misericordia, desde el incidente del arzobispo el vulgo la llamó el Callejón del Muerto y siglos después se le renombró calle República Dominicana.

[editar] La calle de la mujer herrada

En el año 1670, en una casa de la calle de la Puerta Falsa de Santo Domingo vivía un clérigo en concubinato con una mala mujer. No muy lejos de allí existió una lugar llamado la casa del Pujavante, hogar y taller de un herrador, que frecuentaba el clérigo por ser su compadre. El herrador le aconsejaba renunciar a ese concubinato pero el clérigo no quería.

Una noche, el herrador fue despertado por unos golpes a la puerta de su taller, al abrir se encontró con dos negros que le entregaron a una mula y un recado de su compadre el clérigo, suplicando que le herrara, porque en la mañana cabalgaría al Santuario de la Virgen de Guadalupe. El herrador clavó cuatro herraduras en la mula, después la entregó a los negros y le pegaron tan cruelmente al animal que los reprendió.

En la mañana fue a casa del clérigo para saber el porque de su partida al santuario le sorprendió encontrarlo dormido en la cama, lo despertó y le contó lo sucedido en la noche. El clérigo negó tal partida y enviar ningún recado, por lo que ambos supusieron que algún travieso les jugó una broma y para celebrar la broma quiso despertar a su concubina, pero no se movió, insistió y se percató de que estaba muerta. Se horrorizaron al ver las cuatro herraduras en las palmas de las manos y plantas de los pies, el freno en la boca y los golpes. Ambos se convencieron de que todo aquello era efecto de la Divina Justicia, y que los negros eran demonios.

Hubieron otros tres testigos del cadáver, el cura Dr. D. Francisco Antonio Ortiz, el R. P. Don José Vidal y un religioso carmelita, venidos al lugar de los hechos. Los tres respetables testigos acordaron el entierro de esa mujer en esa casa y guardar en secreto permanente lo sucedido. Ese mismo día aquel clérigo, abandonó la casa para cambiar de vida y no se volvió a saber de él.

[editar] El fantasma de la monja

A mediados del siglo XVI existió Doña María de Ávila, una mujer bonita, joven y con prestancia, que se enamoró de un mestizo humilde, llamado Arrutia que quería casarse con ella para conseguir fortuna y linaje.

Sus hermanos Gil y Alfonso se opusieron al romance. Alfonso le prohibió a Arrutia verla pero el mestizo se negó, los hermanos decidieron darle mucho dinero con la condición de vivir lejos de la ciudad y él aceptó sin molestarse en despedirse de la enamorada. Después de dos años Doña María estaba muy deprimida y los hermanos acordaron enclaustrarla en el antiguo convento de la Concepción. Allí siguió deprimida por el mestizo que amaba y rezaba por él.

Una noche no soportó más la falta del mestizo y se ahorcó en un árbol de duraznos en el patio del convento. Ella fue enterrada en el cementerio del convento. Un mes después, el fantasma ahorcado de Doña María acostumbró a aparecerse todas las noches reflejado en las aguas de la fuente del convento sólo cuando alguna novicia o monja se veía el rostro. Las madres superiores prohibieron la salida de las monjas a la huerta, después de puesto el sol. Estas apariciones se prolongaron por mucho tiempo después.

[editar] La calle de la quemada

A mediados del siglo XVI, proveniente de la Villa de Illescas, llegó a la ciudad de México Don Gonzalo Espinosa de Guevara para aumentar su fortuna y acompañado de su bella hija Doña Beatriz de 20 años de edad. Ella era generosa; misericordiosa y dadivosa con enfermos y pobres. Por todas sus cualidades muchos caballeros la pretendieron.

Don Martín de Scópoli, marqués italiano de Piamonte y Franteschelo se enamoró perdidamente de ella a tal grado que se plantaba en la mitad de la calle del hogar de doña Beatriz y oponía el paso a cualquier caballero que atravesara ese camino y varios hombres, especialmente los pretendientes de Doña Beatriz, lo enfrentaron en duelo por su impertinencia, pero Don Martín los mataba o hería.

Doña Beatriz amaba intensamente a Don Martín, por su presencia, galanura y labia, pero las esquelas que recibió de él y los celos de él, le hicieron sentirse culpable y dolida de tantos muertos. Una noche decidió quitarse su belleza para terminar ese cortejamiento y así evitar más decesos y heridos; después de rezar a la virgen se sacó los ojos. Al día siguiente arregló todos sus pendientes y despidió a toda la servidumbre, esperó a que su padre se retirara de la casa e incendió su alcoba con ella dentro, se quemó decididamente el rostro y después de unos minutos se desmayó. Un fraile que pasaba por su casa entró a rescatarla, cuando ella recuperó la conciencia le preguntó razones del incendio y ella le contó la razón de su proceder.

El fraile buscó a Don Martin para explicarle lo sucedido y la fue a ver. No se espantó de verle su rostro carbonizado, sangriento y desfigurado. Le dijo que la amaba por su cualidades no por su belleza y le propuso matrimonio. En la boda ella se cubrió su rostro con un tupido velo blanco. Cada vez que salía a la calle con su esposo se cubría con un velo negro.

A partir de entonces, la calle donde vivió esta mujer se llamó La Calle de la Quemada, en memoria de este acontecimiento, esta calle actualmente es la 5a. Calle de Jesús María.

[editar] El charro y la partera

En cierta localidad aledaña a la ciudad de México rumbo al parque nacional de La Marquesa, solía cabalgar un misterioso charro que se aparecía repentinamente a los habitantes. Una noche allí llegó un charro a solicitar los servicios de la partera y la llevó a su jacal, donde la partera asistió a su mujer hasta que parió. El charro regresó a la partera a su hogar, y le pago con varias monedas de oro, pero le advirtió que guardara en secreto el parto o se moriría. Indignada y asustada por la advertencia la partera entró a su hogar y espero a que se retirara el charro. Como no escucho las pisadas de su caballo pensó que seguía fuera de su casa y se asomó a la ventana para descubrir asombrada que no había nadie.

Ella estuvo confundida y recelosa durante varios días por la advertencia y la silenciosa desaparición del charro. Durante varias semanas esta absorta en sus pensamientos, y miraba extrañada a sus conocidos. Cierto día le platico todo lo sucedido a una vecina quien le aconsejó no contárselo a nadie más y dejar las monedas en la iglesia, así lo hizo la partera. Sin embargo, a la mañana siguiente la partera amaneció muerta, pero con el aspecto de seguir durmiendo y algunos rumoraron que escucharon cabalgar al charro cerca de ahí. Se cumplió la advertencia de aquel charro, aquellas monedas desaparecieron y se rumoró que el charro regresó a recogerlas.

[editar] El Señor del Rebozo

A mediados del Siglo XVI en el templo de Santa Catalina de la Siena, había un crucifijo con un cristo de madera esculpido por un anónimo y colocado a la entrada.

Al convento dominicano adjunto que atendía el templo, ingresó una muchacha que luego que convirtió en la monja Sor Severa de Santo Domingo. Al ver al cristo, ella quedó tan conmovida de su mirada triste, pálidez y sus llagas que le rezó frecuentemente. Se volvió una costumbre que practicó diariamente por años y se hizo devota de aquel cristo.

Después de 32 años, ella envejeció y enfermó, desde su celda rezaba a ese cristo y lo llamaba. Una noche lluviosa ella tiritaba de frío por el viento que se colaba a su celda. Preocupada por el cristo semidesnudo lo llamó para arroparlo del frío, además de verlo y adorarlo. De repente escuchó un suave golpe a su puerta. Ella se esforzó en levantarse y al abrir vio a un hombre semidesnudo parecido a ese cristo. La monja le ofreció pan mojado en aceite y agua y le cubrió con un rebozo (chal) de lana. Inmediatamente después la monja falleció.

A la mañana siguiente encontraron su cadáver oloroso a rosas y sonriente, y al cristo de aquel crucifijo cubierto con el chal. Desde entonces las monjas del convento bautizaron aquel crucifijo como el Señor del Rebozo que estuvo expuesto a los feligreses hasta la exclaustración de las monjas.

[editar] La confesión de la muerta

Una noche de hace siglos, un sacerdote apellidado Aparicio estaba cenando en casa de una noble familia, y derrepente los criados le avisaron al sacerdote que un par de borrachos tocaron a la puerta rogando por su presencia.

Él los atendió, le avisaron que una moribunda necesitaba confesión y los acompañó hasta un carruaje, que lo transportó a un barrio poco poblado hasta casa ruinosa bloqueada con tablones en las ventanas y entradas. Una ancianita andrajosa y llorosa salió a recibirlo por la única puerta desbloqueada y le indicó subir al piso superior donde él encontró a una joven muchacha con fiebre, acostada sobre un petate con vestido de terciopelo y con diadema. Escuchó su confesión e inmediatamente después de absolverla de sus pecados, ella se debilitó al bajar los escalones, los superiores se derrumbaron. En el piso inferior no encontró a la ancianita y afuera de la casa ya no estaba el carruaje, al cual nunca escuchó marcharse.

El sacerdote asustado regresó apresuradamente a pie a casa de sus anfitriones a quienes les contó lo sucedido. El señor de la casa, ordenó preparar una escolta armada para acompañarlo de nuevo a aquella casa. Cuando llegó, observó que la puerta por la que entró estaba atrancada y bloqueada con clavos oxidados. Los criados irrumpieron en la casa y durante el cateo el Padre Aparicio observó por la ventana hacia el patio un pañuelo a los pies de una lápida en ruinas. Los criados escarbaron y dentro de un ataúd encontraron un cádaver con vestido terciopelo y diadema.

Desde ese entonces, el sacerdote se volvió introvertido, oraba a altas horas de la noche y padeció insomnio. Nunca confesó el nombre de la muerta ni lo confesado por ética de su oficio.

[editar] La confesión de un muerto

Cierta noche del siglo XVII, el abad de la Antigua Basílica de Guadalupe estaba a punto de retirarse de allí con sus familiares cuando llegó un hombre elegante a confesarse. Los familiares del abad lo esperaron y después de un rato él salió espantado, cerró las puertas sin esperar al hombre y apresuró a su familia a su casa sin dar explicaciones. En casa de ellos, el abad comentó que aquel hombre elegante era un muerto venido de ultratumba y que se volvió sordo del oído derecho después de oír la confesión que nunca reveló por ética de su oficio.

[editar] El Señor del Veneno

Don Fermín de Andueza era un hombre rico, virtuoso y estimado por la gente. Diariamente iba a misa al amanecer, cuando entraba y salía de la iglesia le rezaba a un gran crucifijo, le besaba los pies y depositaba unas monedas de oro en el plato petitorio.

Sin embargo, Don Ismael Treviño, que era egoísta y envidioso con todos, le tenía unos celos absurdos y siempre despotricaba contra Don Fermín e incluso le obstaculizaba algunos negocios y nunca pudo frustrárselos.

Su envidia se transformó en odio y un día planeó matarlo, aplicó un veneno de efecto paulatino en un pastel de hojaldre que le dio a Don Fermín con la mentira de ser obsequió de un concejal amigo suyo. Don Fermín se lo comió y Don Ismael lo espió para asegurarse de que surtiera efecto.

Al día siguiente en la mañana, Don Fermín estando en la iglesia, le rezó al crucifijo como de costumbre y al besarle los pies se ennegreció rápidamente, para absorber todo el veneno de Don Fermín. Los feligreses presentes se sorprendieron del fenómeno; Don Ismael también allí presente, se conmovió y se arrepintió de su odio. Le confesó su propósito a Don Fermín y él lo perdonó. Don Ismael abandonó la ciudad y nadie supo más de él.

Ese cristo negro se destruyó en un incendio que sólo al le perjudicó y fue reemplazado por otro que está en la Catedral de México.

[editar] La calle del puente del clérigo

En 1649, vivió el sacerdote Don Juan de Nava, quien cuidaba a su sobrina Doña Margarita Jáureguiya en edad núbil.

Don Duarte Zarraza, caballero portugués de buena presencia, conoció a Doña Margarita en una fiesta virreinal y la cortejó hasta hacerse novios. Don Juan investigó la vida de ese caballero y descubrió que tenía una vida disipada, también deudas y se separó de dos mujeres dejando vástagos. Así que le prohibió a su sobrina seguir el noviazgo, pero hizo caso omiso para tener un romance furtivo. Al caballero portugués también le prohibió lo mismo ni acercarse a la casa ni al puente cercano. Como el sacerdote siempre se opuso al romance, Don Duarte tuvo deseos de matarlo.

Una noche Don Duarte fue a casa de su amada para convencerla de escapar a Puebla de los Ángeles donde se casarían, pero repentinamente vio a Don Juan caminando por el puente. Don Duarte, ya iracundo, llegó al puente, discutió y le clavó su puñal al sacerdote en la cabeza, aquel cayó muerto y lo tiró al agua. Don Duarte se ocultó, porque muchos sabían de la oposición del sacerdote, y después se refugió en Veracruz por casi un año.

Pasado ese tiempo, regresó por Doña Margarita y una noche caminó por aquel puente hacia su casa ... no se sabe que le sucedió, pero a la mañana siguiente amaneció muerto con mueca de terror y estrangulado por un esqueleto sucio vestido con sotana hecha jirones que tenía clavado en el cráneo el mismo puñal que Don Duarte uso para matar al sacerdote. Se supuso que los restos de Don Juan poseídos por su alma, surgieron del agua para cumplir el deseo de proteger a su sobrina.

Tiempo después debido a esa leyenda, al puente y a la calle que después se formó se le llamó La Calle del Puente del Clérigo, y después se renombró a 7a. y 8a. de Allende.

[editar] El callejón del Armado

En el siglo XVI, existió un misterioso hombre rico, callado y triste que acostumbraba salir en las noches de su hogar hacia el Convento de San Francisco para entrar a la capilla del Señor de Burgos y arrodillarse a rezarle llorando y gimiendo. Nadie le preguntó las culpas que le remordían.

El hombre solía salir del convento para visitar otras iglesias de la ciudad y hacer lo mismo que en la capilla. Sus visitas terminaban hasta altas horas de la noche cuando regresaba a su casa.

La gente rumoró que durante su juventud fue crapuloso e hizo maldades. Como este hombre siempre vestía una pesada armadura con celada sobre su fina ropa negra y portar una espada y un puñal enfundados, le apodaron El Armado.

Un día amaneció ahorcado de uno de los balcones de su hogar, cuando su única criada lo descubrió avisó a los alguaciles que llegaron a descogar el cadáver lloroso. Nunca se supo su nombre ni su linaje y a la criada nunca se le preguntó ni comentó nada.

Sin embargo tiempo después, cuando algunas personas pasaba por las ruinas de su casona durante la noche, miraban afuera el fantasma ahorcado de El Armado. Quienes se atrevieron a acercarse al fantasma, escucharon sus gemidos y vieron gotear sus lágrimas. Las apariciones de este fantasma se prolongaron hasta principios del siglo XX.

El vulgo nombró al callejón de Illescas, donde estuvo la casona como El callejón del Armado. Actualmente se llama calle de Pedro Ascencio.

[editar] Leyendas modernas

[editar] El fantasma de las Basílicas de Guadalupe

Algunas personas que visitan la moderna Basílica de Guadalupe en las noches o mendigos que duermen en sus escalinatas cuentan haber visto a una mujer saliendo de la antigua Basílica de Guadalupe, portando una vela que sigue encendida a pesar de la lluvia o del viento, y caminando hasta la moderna Basílica donde entra atravesando las paredes. Algunos por curiosidad han entrado a la Basílica y la han visto dejar la vela en ofrenda, rezar y después desaparecer. Se rumora que es un alma en pena que cumple una manda que no cumplió.

[editar] Los campanazos de la Antigua Basílica de Guadalupe

Hace muchos años en esta basílica, un capellán solía tocar las campanas puntual y diariamente. Un día adquirió una grave enfermedad respiratoria, pero era un hombre tan responsable que no dejó de tocar las campanas aun enfermo y eso lo empeoró tanto que murió.

Tiempo después se escuchaban las campanas cuando nadie las tocaba y mucho después se retiraron las cuerdas de las campanas y todavía se siguen escuchando. Nadie sabe la causa de este fenómeno pero muchas personas creen que el fantasma del capellán sigue cumpliendo sus obligaciones.

[editar] La planchada

Hace unas décadas en el Hospital Juárez trabajó una enfermera llamada Eulalia que solía vestir su uniforme almidonado y era muy atenta con los pacientes. Un día ingresó un médico engreído que ella no conoció hasta ayudarlo en una intervención médica y quedó impresionada de él. Aunque los colegas de Eulalia la previnieron de evitarlo, ambos se hicieron novios por más de un año, pero el médico no era fiel.

Un día le propuso matrimonio, pero después lo pospuso con la excusa de ir a un seminario médico. Durante su ausencia, un enfermero le comentó la verdad a Eulalia: Que ese médico le mintió y que había renunciado al hospital por su viaje de bodas. Ella se deprimió tanto por la desilusión amorosa que se volvió impuntual y desatenta con los pacientes. Hasta que un día murió por una enfermedad que adquirió en el hospital.

Tiempo después, el personal del hospital se enteró de una misteriosa enfermera empezó a atender a los pacientes en horas nocturnas que no lo hacen las enfermeras. Como los pacientes relataron que vestía el uniforme almidonado todos supusieron que era el alma de Eulalia y a la aparición le apodaron La Planchada. El personal del Hospital Juárez ya se acostumbró a sus regulares apariciones. Sin embargo, los pacientes de otros hospitales de la Ciudad de México también relatan haberla visto.


[editar] Véase también

[editar] Enlaces externos

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