Patronímico
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Entre los griegos y romanos, se decía del nombre que, derivado del perteneciente al padre u otro antecesor, y aplicado al hijo y otro descendiente, denotaba en éstos la calidad de tales. El nombre del padre se ponía en genitivo; p. e.: de Petrus, Petri. Los apellidos patronímicos primitivos variaban en cada generación, cuando no coincidían los nombres de padre e hijo. Sólo se hizo hereditario de modo absoluto en los primeros años de los tiempos modernos. Deben diferenciarse de los toponímicos, denominaciones derivadas del lugar de procedencia de la persona o su familia.
Los patronímicos en español se derivan del nombre del padre mediante los sufijos ez, oz, iz y hasta az, que significan ‘hijo de’. No queda claro el origen de esta terminación. Se la atribuye de manera habitual al visigodo, pues es en los nombres visigodos donde podemos encontrar con mayor frecuencia esta terminación patronímica. Sin embargo no la encontramos en las restantes lenguas germanas.
Algunos estudiosos opinan que se trata más bien de un sufijo de origen prerromano heredado por esta lengua germana; tampoco deja de ser significativo el hecho de que este sufijo -(e)z todavía exista en lengua vasca con valor posesivo o modal. Tal vez ese patronímico castellano -ez sea un auténtico fósil lingüístico préstamo del vascuence, posiblemente transmitido a través del navarro, pues, no lo olvidemos, la lengua castellano-leonesa primitiva obtuvo numerosos préstamos del vascuence a través del reino de Navarra, debido a la influencia que ejerció este reino entre los siglos IX y XI.
En el portugués, esta terminación adquiere la forma -es, y en valenciano-catalán, la forma -is, y así, ‘hijo de Pedro’ recibe respectivamente las formas Pérez, Péres y Peris; o de Fernando tenemos Fernández, Fernándes y Ferrandis. Otros apellidos frecuentes en valenciano-catalán con este mismo origen son Llopis y Sanchis (equivalentes a López y Sánchez).
A continuación ofrecemos algunos de los apellidos patronímicos más frecuentes en España y el nombre personal del que derivan, en su gran mayoría nombres de origen visigodo.
- Álvarez (, Álvar, Álvaro)
- Antolínez (Antolín)
- Antúnez (Antón)
- Benítez (Benito)
- Bermúdez (Bermudo)
- Cervantes (Cervando o Servando)
- Chávez (Chavo)
- Díaz, Díez, Dieguez (Diego)
- Domínguez (Domingo)
- Enríquez (Enrico y Enrique)
- Estévez (Esteve, Estevo, Esteban)
- Fáñez
- Fernández (Fernán, Fernando)
- Galíndez (Galindo)
- Gálvez (Galve, nombre hispano-árabe)
- Garcés, Garcez (García)
- García (Garcí, Garzo)
- Giménez, Jiménez (Gimeno, Jimeno)
- Gómez (Gome)
- González (Gonzalo)
- Gutiérrez (Gutier, Gutierre, Wutier o Wotier, hoy desaparecidos; equivalente al inglés Walter)
- Henríquez (Henrico, Henrique)
- Hernández (Hernán, Hernando)
- Ibáñez (Ibaño, Iván)
- Íñiguez (Íñigo)
- Láinez (Laín)
- López (Lope, ‘lobo’)
- Márquez (Marco, Marcos)
- Martínez (Martín)
- Méndez (Mendo)
- Menéndez (Menendo)
- Mínguez (Mingo o Domingo)
- Muñoz (Muño)
- Núñez (Nuño)
- Ordónez (Ordoño)
- Páez (Payo)
- Peláez (Pelayo)
- Pérez (Pero, Pedro)
- Ramírez (Ramiro)
- Raimúndez (Raimundo, Ramón)
- Rodríguez (Rodrigo o Roderick)
- Ruiz (Ruy, Roy o Roi)
- Salvadorez (Salvador)
- Sánchez, Sáez, Sáenz, Sainz, Sanchis... (Sancho)
- Suárez (Suero)
- Valdez, Valdés (Valdo, Waldo, rey visigodo)
- Vásquez (Vasco)
- Velázquez (Velasco)
- Vélez (Vela)
- Yágüez (Yague y Yago)
Como comentábamos, entre los germanos se añadía el sufijo sohn, ‘hijo’, del que deriva la forma inglesa son (Anderson, Stephenson, Johnson), la escandinava sen (Andersen, Nielsen) o la holandesa 'zoon (Pieterszoon).
En el mundo celta actual, en escocés y galés se forman con el prefijo Mac (MacAndrews, MacDonald) mientras que en irlandés predomina la forma O (O'Hara, O'Donnell). En los países anglosajones abunda el prefijo fitz, también con el sentido de hijo de aunque posiblemente derivado del latín filium a través del francés normando; este prefijo fitz sin embargo se reservaba para los hijos ilegítimos de noble cuna. En el caso de los hijos del rey, Fitzroy, y en el caso de los hijos de los nobles, Fitzgerald.
En las lenguas semíticas como el árabe o el judío, se expresa con la palabra ben (hijo). Mohamed ben Yusef significa Mohamed hijo de Yusef, o Judah ben Hur, Judah hijo de Hur. En árabe puede abreviarse por aben y en lugar de decir Mohamed ben Yusef podemos decir simplemente Aben Yusef. Dado que en árabe no se escriben las vocales, dependiendo del dialecto, dicho ben lo podemos ver escrito en caracteres latinos también como bin, ebn o ibn (c.f. el prefijo beni de idéntico significado que figura en numerosos pueblos de la geografía levantina).
En apellidos eslavos las terminaciones patronímicas son ich, tich, ewicz, etzsche, wiez, witsch, ski (ésta sobre todo en polaco), ov y ev (Petrovich, Nicolaiev, Davidov, Nijinski). Los apellidos de las mujeres toman desinencias distintas: ovna, ova y ska (Paulova, Petruska).
En georgiano las terminaciones patronímicas más comunes son dze ("hijo de", al Oeste de Georgia) y shvili ("niño de", al Este de Georgia), como aparecen por ejemplo en el apellido del futbolista georgiano Shota Arveladze, y en Dzhugashvili, el segundo apellido de Stalin.
En Italia, la terminación corriente es ini (Giacomini, Musolini). En francés se ha conservado el de preposición unido al nombre del padre (Desimone, Dejean).
[editar] Historia de los patronímicos en España
El patronímico no ha tenido un significado constante a lo largo de la historia. Originalmente el patronímico era el único elemento que se añadía al nombre de pila de la persona y se hacía de manera completamente regular. Es decir, si había un Ruy Fernández, se podía estar seguro de que era hijo de un Fernando.
La situación empieza a cambiar hacia 1200. El patronímico deja entonces de tomarse del nombre del padre sino que se escoge del nombre de algún pariente que se llamó con la misma combinación de nombre y patronímico. En el ejemplo anterior, este Ruy Fernández tendría probablemente un ascendiente llamado Ruy Fernández también. En esta época muchas familias nobles han adoptado ya un apellido que no varía y que se colocar tras el patronímico.
La costumbre se modifica de nuevo hacia finales del siglo XVI cuando el Concilio de Trento elimina el uso de los patronímicos. A partir de ese momento comienza un período en el que el uso de los patronímicos es muy errático pero algunas familias comienzan a asociar de forma más o menos permanente sus apellidos con ciertos patronímicos y toponímicos, así surgen combinaciones como Álvarez de Toledo, Fernández de Córdoba, etc. que han llegado a nuestros días combinados. Durante este tiempo la elección de apellidos no se sujeta a normas estrictas y muchas personas adoptan un apellido que se transmite de modo inmutable de padre a hijo.
En 1870 entra en vigor en España una nueva normativa que normaliza el uso de los apellidos y, partir de ese momento, la asignación de apellidos deja de ser una elección de los padres o del individuo para convertirse en una regla administrativa.